Mantengamos buen ánimo.

«Unos hombres le llevaron un paralítico, acostado en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico: - ¡Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados!»

Mateo 9:2


Dios les esté bendiciendo, estimados hermanos y amigos.  Hoy estaremos meditando en esta lección titulada, “Mantengamos buen ánimo”. Y tal vez, cuando escuchamos un tema como este, resulte difícil creer que podemos mantener un buen ánimo, siendo que existen muchas razones para estar desanimados.


Al estar desanimados las personas se sienten desmoralizadas, con un sentimiento de derrota, de flaqueza emocional, con fuertes episodios de tristeza, apatía, desgano y abatimiento.  Las personas desanimadas, incluso, se sienten decepcionadas de todo, y de todos. Este estado emocional se hace presente sobre todo cuando se pierde el empleo, por problemas económicos, por la pérdida de un ser amado, por la pérdida de la salud, por estar decepcionados de los padres, o de los hijos, o porque en el trabajo no reconocen su valor y capacidad, o porque en casa tampoco se siente indispensable, amado, respetado o valorado. A veces hay palabras que las personas nos dicen, las cuales nos lastiman tanto que llegamos al punto del desánimo. También hay otro factor que afecta el ánimo de las personas, que por lo regular no es muy reconocido, y se trata del pecado. Entonces, ¿Cómo mantener buen ánimo en medio de un mundo tan gris y lleno de aflicciones? ¿Cómo mantener el ánimo si a nuestro alrededor todo es muerte, corrupción y decepción? Bueno, allí está el problema. Mientras sigamos manteniendo nuestra vista en cosas como esas, y mientras nuestra felicidad como personas esté dependiendo del bienestar físico, o económico, o laboral, o social, entonces el desánimo constantemente nos visitará, y dejará graves heridas en nuestras almas.


Ahora bien, ¿Por qué tratamos este tema? Porque el desánimo es sumamente peligroso. El desánimo nos lleva a tener pensamientos equivocados, y con los pensamientos equivocados, vienen deseos equivocados, acciones equivocadas, palabras equivocadas y hasta oraciones equivocadas. Vean esto en el 1 Reyes 19:4, Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres.  ¿Leyeron con atención? Se fue al lugar equivocado, tuvo pensamientos equivocados, deseos equivocados, palabras equivocadas, y una oración equivocada.  Así es de grave el desánimo.  Así es como nos puede dañar. Hay hermanos que terminarán en el infierno, por causa del desánimo. Ya no perseveran más, ya no leen la Biblia, ya no hablan con los hermanos, ya no quieren saber nada de Dios, y terminarán en el infierno.  


Entonces, hay muchas y diversas circunstancias en la vida que producen desanimo. Las malas noticias por la violencia y la maldad que van en aumento día con día. La crisis económica, el desempleo, la falta de salud, e incluso, hasta la rutina que llevamos como empleados de alguna empresa, o en la escuela, al punto de sentirnos desanimados, terminando el día, o la semana, con un mal sabor de boca.


En la Biblia encontramos cinco ejemplos, en los que, constantemente, se hace una invitación a tener ánimo, a pesar de las circunstancias en que se vive. Hoy estaremos considerando el primero de ellos.


En este primer ejemplo, dice Mateo 9:2, que sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama.  Si en nuestros días ser paralítico es una condición difícil para la vida, ¿se imaginan en los días de Cristo, en que no había instituciones gubernamentales que fuesen de ayuda para ellos, como el seguro social, o algo parecido? Estos hombres no tenían otra opción que vivir de la caridad del pueblo.


Ahora, quiero ir directo a las palabras de Cristo, cuando dijo, “¡Ánimo, hijo…!”   Jesús percibe el estado anímico de este hombre. Estas palabras nos indican que su condición emocional era negativa. Y no puede ser para menos, siendo que no puede llevar una vida normal.  No hay una buena calidad de vida.  Toda su historia se centra en su enfermedad, y en el lugar donde ha pasado gran parte de su vida, “una cama”.  Sus experiencias y emociones no son grandes. Sus alegrías, pocas. Sus expectativas de vida hasta este día, no eran sino la de terminar su tiempo postrado en cama.  En esa condición no hay progreso para él. Entonces, uno pudiera pensar que la más grande necesidad es su sanidad, ¿no es así? Tal vez sus amigos en eso venían pensando al saber que Jesús estaba allí, habiendo escuchado de los muchos milagros que había hecho en muchas partes. Los ciegos ven, los mudos hablan, los muertos son resucitados, y los cojos andan, ¿por qué su amigo no podría, entonces, recibir su salud?


No obstante, y a pesar de que todos estamos de acuerdo en que lo que este hombre necesita es un cuerpo nuevo, por su parte Jesús le dice, “Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados”.  Todos, y sin duda nosotros también, todos esperaban que él saliera caminando de allí, y ser feliz. No obstante, eso no es suficiente.  Detrás de las palabras de Jesús, se hace evidente que el ánimo que este paralítico necesita está estrechamente ligado al perdón de sus pecados. Este texto nos muestra que los hombres no solo necesitan suplir lo que como ser humanos necesitan, sino también lo que como alma les hace falta, es decir, “el perdón de sus pecados”.


¿Cuántos no son los hombres que se suicidan, a pesar de no ser paralíticos? ¿Son pocos los hombres que se han sentido desanimados, a pesar de tener trabajo, dinero y salud? Porque la necesidad del hombre no solo es física, sino también espiritual.


Así que, por muy grande que sea la miseria, o la situación que nos está llevando a perder el ánimo, el hombre tiene una necesidad más grande que solamente el Señor puede suplir. Es su necesidad espiritual, la cual puede ser satisfecha solamente con la voluntad de Dios.


Entonces, ¿qué hay de sus pecados, estimados hermanos y amigos? ¿Han sido perdonados sus pecados también? Tal vez algunos al venir a una iglesia, vienen esperando recibir solución a muchos de sus problemas que les tienen muy desanimados. Tienen la idea de que al venir a la iglesia vendrán mágicamente las soluciones que usted necesita para arreglar todos sus problemas. Tal vez vienen buscando que Dios les conceda un empleo, o que les ayude con alguna enfermedad, o que sus problemas familiares sean resueltos. Pero, ¿cuántos han venido por la más grande necesidad que tienen, es decir, por el perdón de sus pecados?  Esa es la necesidad más grande que tienen.


Al estar usted en sus pecados, usted no tiene paz verdadera, ni nunca la tendrá. La Biblia dice en Romanos 1:18, Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad.  ¡Esta es su situación estimado amigo!


Al estar usted en sus pecados, usted no tiene vida verdadera, ni nunca la tendrá. La Biblia dice en Romanos 6:23, Porque la paga del pecado es muerte.   


Al estar usted en sus pecados, usted no podrá entrar a la gloria. La Biblia dice en Romanos 3:23, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. Esto es terrible, pero “tengamos ánimo”, pues Cristo ha muerto en la cruz del calvario para hacer posible el perdón de nuestros pecados.  La Biblia dice en Colosenses 1:13, 14, que Dios nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”.


Mis amados hermanos y amigos, sé que existen muchas razones para estar desanimados, pero si ponemos nuestra mira en esta gran bendición que Cristo hizo posible por medio de su muerte en la cruz, entonces hay razón para mantener buen ánimo.  Al paralítico se le exhortó a tener buen ánimo por recibir el perdón de sus pecados, y hoy nosotros, como él, también debemos tener buen ánimo porque nuestros pecados, o han sido ya perdonados, o pueden ser perdonados en este mismo día.


¿Ha recibido usted el perdón de sus pecados? Si no es así, crea de todo corazón que Cristo es el Hijo de Dios, arrepiéntase de todos sus pecados, confiese públicamente que Cristo es el Hijo de Dios, y sea sumergido en agua corporalmente para el perdón de sus pecados (cfr. Juan 20:30-31; Lucas 24:46-47; Hechos 8:36; Romanos 10:9-10; Marcos 16:15-16; Mateo 28:19-20).


Si usted ya es cristiano, pero se ha estado alejando de Dios por quitar la vista de aquel que murió por usted en la cruz, hoy le exhorto a que levante su vista nuevamente, y mire a aquel que padeció por usted en la cruz del calvario. Él no tenía por qué padecer, sin embargo, lo hizo por amor a nosotros. Mirad, entonces, mirad cual amor nos ha dado el padre para ser llamados hijos de Dios (1 Juan 3:1).


Lorenzo Luévano Salas.

Siervo de Cristo.

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