Hagamos la voluntad de Dios (# 6)

 “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” 

(Mateo 7:21)


Introducción.


Hay varios factores en la vida que nos impiden hacer la voluntad de Dios, pero que son muy, pero muy fuertes y comunes. El primero tiene que ver con un sistema de prioridades incorrecto. El segundo, con un desconocimiento de nuestra verdadera necesidad, y el tercero, con una falta de atención a la realidad del juicio final.  Si queremos entrar en el reino de los cielos, y para ello debemos hacer la voluntad de Dios.  Pero debemos buscarla sobre todas las cosas.


HAGAMOS LA VOLUNTAD DE DIOS, 

BUSCANDO PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS (Mateo 6:25-34)


Esta enseñanza es de suma importancia, y nos damos cuenta de ella, por la manera en que se expresa el Señor. Si hemos leído atentamente estos versos, y somos observadores, nos habremos dado cuenta que el Señor Jesús dice en tres ocasiones: “no os afanéis” (v. 25, 31, 34). Esta frase está precedida con las expresiones, “por tanto os digo” y un “así que” (v. 25, 34); como consecuencia de lo que ha dicho anteriormente acerca de las riquezas, además de usar el verbo “afanar” dos veces más (v. 27, 34b).  Era cosa común que Jesús hiciera uso de la repetición de ciertas frases o expresiones. En este caso, y para mostrar lo importante que es su enseñanza, usa una negación triple: “no os afanéis… no os afanéis… no os afanéis”.


¿Qué es el afán?


El afán describe al estado de ánimo ansioso y lleno de preocupación. Por eso, tanto el verbo como el sustantivo pueden traducirse indistintamente por, “no estén ansiosos”, “no estén angustiados” o “no estén preocupados”. ¿Por qué no debemos estar preocupados o ansiosos? Jesús dice, “por vuestra vida”, lo cual tiene que ver con “la comida y el vestido”.  En otras palabras, no debemos estar preocupados o ansiosos por lo que nos depara el futuro con respecto a lo que comeremos y vestiremos. En realidad, la palabra que empleó Jesús es muy interesante: indica algo que divide, separa o distrae; es la situación de la mente dividida en secciones o compartimentos y que no funciona como un todo. Se podría decir que esta mente no tiene el “ojo bueno” de los versos 22-23.


La mejor ilustración del significado del término, es aquella que Jesús presenta en el verso 26: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta”. ¿Leyeron con atención? El texto dice que ellas “no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros”, pero tampoco dice que se quedan paradas en la rama sin moverse, o sin volar para alimentarse. Ellas vuelan, están activas y andan de aquí para allá ocupadas en su alimentación y abrigo. Esto es algo interesante. Jesús no enseña que no debamos ocuparnos por las cosas materiales o que no debamos pensar nunca en nuestro futuro sin tomar precauciones. Algunos piensan que “vivir por fe” excluye cualquier tipo de prevención para el futuro. La misma ilustración de las aves nos ayuda a entender que una cosa es “ocuparse” y otra cosa es “afanarse” o estar “ansiosos y preocupados” por nuestras necesidades. Grave esta verdad en su mente: Una cosa es ocuparse y otra es afanarse (Filipenses 4:6-7).


Razones para no afanarse.


Una vez citada la prohibición o mandamiento de “no afanarse”, Jesús ofrece una razón general para obedecer su voluntad con respecto a esto: “¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido?” (v. 25). La profundidad de este argumento nos lleva de una deducción mayor a una menor. Pensemos por un momento de donde procede nuestra vida y nos daremos cuenta en seguida que es un don de Dios. Ninguno de nosotros decidió venir a este mundo, y el hecho de estar vivos se debe enteramente a Dios; por eso, el argumento es este: Si Dios nos ha dado la vida, entonces no habría razón para no mantenerla. Por el contrario, si él nos ha dado la vida, entonces él buscará sustentarla. Luego, no hay razón para estar preocupados o ansiosos por aquellas cosas que son necesarias para la vida que Dios nos ha dado.


Claro que tenemos que trabajar, ganar dinero y guardar para el futuro, pero lo que no debemos hacer es angustiarnos pensando que de repente no vayamos a tener lo suficiente para mantener la vida. Jesús no dice cómo lo hará, sino que procurará por nosotros para que tengamos lo necesario. La misma razón se aplica al cuerpo en relación con el vestido.


“Mirad las aves del cielo y los lirios del campo” (vv. 26-29).


Ahora el Señor nos da un argumento doble. Empieza por llamar la atención sobre un hecho de la vida de este mundo: la contemplación de las aves nos enseña que siempre tienen comida. Hay una diferencia entre la forma de sostenerse de los pájaros y la del hombre. A los pájaros alguien les proporciona la comida, mientras los hombres se hallan envueltos en cierto proceso: primero deben sembrar y luego recoger los frutos, almacenar la cosecha para que pueda echar mano de ella cuando la necesite. Todo esto pertenece al mandato cultural de Dios después de la caída.


Por eso, el mandato de no afanarse no puede significar que tengamos que esperar a que el pan llegue milagrosamente cada mañana. Sin embargo, el cristiano no debe preocuparse por estas cosas, sino depender de Dios que es el que hace crecer la semilla. Hay una providencia de Dios en aquellos aspectos que no podemos controlar después de sembrar, de la misma manera que las aves encuentran su comida a ras de suelo y sólo tienen que tomarla.


Y si nuestro Padre celestial cuida de las aves con las que tiene una relación de providencia general, ¡Cuánto mayor tiene que ser necesariamente su cuidado de nosotros que  somos sus hijos! Si pensamos así desparecerán la ansiedad y la preocupación.


Con relación al cuerpo, tenemos que considerar un hecho de la naturaleza, los lirios del campo, cómo crecen misteriosamente, lo bello que son; pero ni Salomón con todo su esplendor –para los judíos era proverbial la gloria de Salomón-, pues ni con todo su esplendor se vestía como uno de ellos. Y si la hierba del campo que tiene una vida efímera, porque era cortada y dejada secar para usarla como combustible para el horno del pan, si a pesar de eso Dios la viste así, ¿Qué no hará con nosotros que somos eternos?


El problema de fondo no es la ansiedad.


La razón principal de no sacar deducciones obvias del ejemplo de las aves y las flores, en palabras de Jesús es la falta de fe (v. 30b). ¿Qué significa la frase “hombres de poca fe”? Fijémonos que no dice que no tienen fe, sino  que tienen “poca”, por tanto, lo que  preocupa a Jesús no es la ausencia de fe, sino lo inadecuado de ella, es decir, que no tengan suficiente fe. Eso viene a demostrar una vez más que el sermón del monte es para los hijos de Dios y no para los incrédulos. Mientras los gentiles buscan con afán estas cosas, Dios conoce la necesidad de sus hijos.


La fe que muchos creyentes tienen, es una “fe religiosa”, que solamente tiene que ver con creer en Dios con el hacer algunos ritos en el culto, pero que no puede extenderse más allá, al grado de afectar la totalidad de la vida. La voluntad de Dios es que la fe afecte todos los aspectos de nuestra vida, y no solamente lo que tenga que ver solamente con la obra que como cristianos hacemos en la iglesia. La fe debe abarcar la vida por completo. De no ser así, al final terminará fallando incluso en su vida piadosa, o en sus actividades como miembro de la iglesia local.


En lugar de tener “poca fe”, Jesús señala la expansión de la fe, diciendo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (v. 33). Jesús quiere decir que en lugar de afanarse por las cosas materiales, el cristiano debe tener un orden de valores adecuado donde por encima de todo hay que buscar las cosas celestiales. Si queremos entrar en el reino de los cielos, debemos confiar plenamente en Dios.


HAGAMOS LA VOLUNTAD DE DIOS, CON LA EXPECTATIVA DE QUE SEREMOS JUZGADOS POR DIOS (Mateo  7:1-6)


Con este texto empieza la última sección del Sermón del Monte, la cual debemos ver en el conjunto de las enseñanzas de todo el Sermón. Si hacemos una pasada rápida a lo que Jesús ha enseñado desde el capítulo 5, primero tenemos una descripción del carácter del cristiano a la que sigue el efecto en él de lo que sucede en el mundo y su reacción ante este mundo. A continuación se le recuerda que su función en el mundo es la de ser sal y luz. Después, Jesús pasa a darle instrucciones específicas sobre su vida en este mundo en relación con la voluntad de Dios. Una vez hecho esto, Cristo contempla al cristiano viviendo su vida de piedad en comunión con el Padre. Y en la última sección que tratamos nos señala el peligro de la mundanalidad. Ahora, en este pasaje, quiere indicarnos que nuestra vida es una peregrinación que conduce a un juicio final, a una evaluación final y que este camino lo hacemos en la presencia de Dios con quien nos vamos a encontrar un día. Este pensamiento debería determinar y controlar nuestra vida.


La prohibición de juzgar al hermano (v. 1)


Las palabras de este Sermón van dirigidas a los hijos del reino, no a los que están fuera de él. Como en otras partes, primero da un mandamiento y luego explica las razones. El categórico "no juzguéis" fácilmente ha conducido a la confusión. No es cuestión de ver el término juzgar en un diccionario y creer que ya lo hemos entendido, porque tiene muchos significados diferentes.


Tomada literal y en sentido absoluto: Algunos dicen que su significado es simple tal como suena y, por tanto, el cristiano verdadero jamás debe expresar opiniones acerca de los demás. Debemos ser blandos, indulgentes y tolerantes por el bien de la comunión fraternal. Pero esta interpretación  no es posible porque está en contra de la enseñanza global de la Biblia y aún del mismo contexto. El v. 6 es imposible ponerlo en práctica sin ejercitar el juicio. El v. 15, aunque más lejano, es imposible obedecerlo si no pudiéramos juzgar la enseñanza de los falsos profetas y el v. 20, ¿Cómo podríamos saber si el fruto es bueno o malo si no tuviéramos la facultad de juzgar? Por otro lado, las mismas Escrituras nos enseñan que los magistrados reciben la autoridad de Dios para pronunciar juicios, como método divino para refrenar el mal. Lo mismo ocurre en la iglesia en relación a la práctica de la disciplina y el resto del Nuevo Testamento es muy claro sobre la manera de cómo actuar con los que dividen la iglesia con sus doctrinas erróneas. Además Jesús mismo anima a juzgar con justo juicio (Juan 7:24).


Entendida correctamente: El término que empleado aquí no significa que no podamos evaluar basados en juicios, pues la prohibición tiene que ver con la condenación del hermano. La vida en Cristo debe mantener siempre el equilibrio y fácilmente podemos inclinarnos hacia un lado. Por eso decimos que si juzgar aquí no tiene el sentido de una negación a ejercer el discernimiento o el juicio, debemos apresurarnos a manifestar que nos advierte en contra del terrible peligro de condenar o pronunciar juicios definitivos contra los hermanos. La advertencia de Jesús se refiere al espíritu de crítica que surge de nuestro orgullo, en que nos creemos superiores a los demás; se trata del pensamiento de que nosotros hacemos todas las cosas bien y los demás no. Esto conduce a la censura del que está siempre dispuesto a expresarse de forma detractora con la tendencia a despreciar a los demás.


Razones para no juzgar o condenar al hermano (vv. 2-5)


El Señor hace una serie de alegatos irrefutables con una lógica ineludible.


Para no ser nosotros juzgados  (v. 2). Este juicio tiene un contexto, y este contexto está relacionado al “juicio final”; por tanto, si nosotros juzgamos para condenar a nuestros hermanos, entonces nosotros seremos juzgados y así condenados bajo los mismos términos. Todos los cristianos compareceremos ante el tribunal de Cristo, y si en nuestro juicio hemos condenado a nuestro hermano, entonces nosotros seremos juzgados en función de ese mismo juicio. Ya no seremos juzgados según el criterio del Señor, sino bajo el criterio de condenación que nosotros mismos hemos establecido. Si usted se ha tomado la atribución de “condenar”, entonces esa misma atribución caerá sobre usted. Entonces, no debemos “condenar” a nadie, para no ser nosotros condenados.


Porque somos incapaces de juzgar correctamente (v. 3-4). Más que una ironía, Jesús emplea un sarcasmo hiperbólico. El efecto de esta figura ha impactado la sociedad aunque no la tenga en cuenta. A nosotros nos dice que no tenemos derecho a condenar porque debemos recordar que seremos juzgados con las normas con que juzgamos a otros. Parece que no nos preocupa la justicia y el verdadero juicio, porque si fuera así nos ocuparíamos más de juzgarnos a nosotros mismos. Jesús apunta certeramente al espíritu con que condenamos a un hermano. En el mundo, si hay una conexión entre un miembro del jurado y la persona sometida a juicio, le inhabilita como jurado. De la misma manera, si uno quiere poder ver claramente para quitar la mota diminuta del ojo de su hermano por el que pretende interesarse, tiene que asegurarse de tener sus propios ojos bien limpios. No se puede ayudar a otro si uno está cegado por la viga que hay en su propio ojo.


Por nuestra hipocresía (v. 5). Si no estamos verdaderamente interesados en ayudar a otra persona cuando comete una falta, entonces nos importa más condenarla, es decir, en solamente descubrir su falta. Y a esto Jesús lo llama hipocresía. Porque si deseamos realmente ayudar a los demás siendo sinceros, tenemos que sacar primero la viga de nuestros ojos para ver con claridad la paja en el ojo del hermano. Hay una forma de pecado que es terrible: cuando condenamos al hermano que ha cometido una falta, que a lo mejor es como una paja en el ojo, en lugar de mostrarle amor para ayudarle a ver su pecado y arrepentirse; entonces nuestra condena se convierte en una viga en nuestro ojo. Así que ¡examinemos nuestra intención primero de juzgar la conducta ajena!


La necesidad de discernimiento espiritual (v. 6).


Si Jesús no hubiera añadido este verso, podría dar la impresión de que no debemos juzgar nada en el reino, pero cuando está en juego la verdad, hace falta tener discernimiento espiritual. Los perros y los cerdos eran animales inmundos para los judíos. Lo santo y las perlas es la verdad del evangelio. Por tanto, cuando damos la Palabra de Dios debemos saber distinguir a las personas. Jesús no hablaba del mismo modo a los fariseos que a sus discípulos y Pablo dice a los corintios que no les podía dar alimento sólido porque eran inmaduros (1 Corintios 3:3). Porque los que lo reciben pueden volverse contra nosotros. Por eso, habrá circunstancias en que debemos tener cuidado con nuestra buena voluntad de amonestar o exhortar a una persona. ¿Es una persona, que escuchará, o es una persona que se volverá nuestro enemigo? Muchos cristianos han tenido experiencias horribles cuando se han involucrado con "perros y cerdos", queriendo compartir con ellos "lo santo y las perlas". ¿Qué han obtenido? Enemigos, que buscan a cualquier costo, y bajo cualquier pretexto, desquitarse o vengarse de la reprensión que recibieron. No todos los enfermos reciben el mismo tratamiento, y no todas las personas valorarán el evangelio. Ejerzamos el juicio con sabiduría.


CONCLUSIÓN 


Al hacer la voluntad de Dios, debemos siempre buscar primeramente las cosas del Señor, con la expectativa de que seremos juzgados por él. Por eso, también no debemos emitir juicios definitivos porque sólo Dios puede hacerlo, y debemos aprender a ejercer nuestros juicios con sabiduría. 


Lorenzo Luévano Salas.

Siervo de Cristo.

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