Hagamos la voluntad de Dios (# 5)

 “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”

(Mateo 7:21)


Introducción.


Jesús ha dicho en Mateo 6:1, “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres”, y en nuestro mensaje anterior, aprendimos que debemos tener cuidado en no hacer nuestra propia justicia al hacer bien a otros. Debemos hacer la voluntad de Dios en ese sentido con la intención correcta. También aprendimos que no debemos hacer nuestra justicia delante de la presencia de Dios en oración. Debemos tener amor por Dios, y ese debe ser el motivo principal por el cual le servimos y le adoramos. Que él sea glorificado en todo.


El problema de fondo tiene que ver con las “apariencias”, y cuando se aborda el tema del ayuno, es precisamente lo que queremos evitar (Mateo 6:16-18).


¿QUÉ DICE LA BIBLIA SOBRE EL AYUNO?


Jesús no se opone a esta práctica de la vida espiritual, sino a las desviaciones que se habían producido en Israel en relación con ella. Moisés ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches antes de recibir las tablas de la ley (Deuteronomio 9:9). El pueblo de  Israel debía ayunar en el día de la expiación, un ayuno integrado en el culto (Levítico 16:29-31). El ayuno acompañaba los tiempos de aflicción y humillación personal (2 Samuel 12:16-18). Pero como suele ocurrir con muchas cosas buenas, los ayunos también se utilizaron de manera incorrecta, provocando la censura de Dios por medio de los profetas (Isaías 58:1-7). En realidad, Dios sólo había ordenado ayunar en el día de la expiación, y el pueblo de Israel añadió otros ayunos no prescritos (Zacarías 7:3-7).


Cuando llegamos al Nuevo Testamento vemos que los fariseos ayunaban dos veces por semana y lo convirtieron en una parte esencial de su religiosidad (Lucas 18:12). El Señor Jesús ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches antes de empezar su ministerio (Mateo 4:2). Sin embargo, no mandó el ayuno de una manera directa. En Mateo 9:14, los discípulos de Juan le formularon una pregunta a la que Jesús respondió de manera que no deja dudas sobre la oportunidad de ayunar los discípulos una vez cumplida su obra en la tierra después de haber llevado a cabo la redención. Además, las palabras de nuestro texto implican la aprobación de Jesús de esta práctica, excluyendo de ella la hipocresía.


Pasando de la enseñanza de Cristo a la práctica de la iglesia, vemos como en Antioquia, cuando enviaron a Pablo y Bernabé al primer viaje de predicación, estuvieron estrechamente unidos en oración y ayuno (Hechos 13:1-3). En realidad, siempre que debían tomar decisiones importantes en las que estaba implicada al oración, la acompañaban de ayunos (Hechos 14:23, 2 Corintios 6:5, 2 Corintios 11:27). Si examináramos el resto de la historia de la iglesia hallaríamos lo mismo.


¿DEBEMOS AYUNAR HOY EN DÍA, O DEBEMOS EVITAR LAS APARIENCIAS EN NUESTRA VIDA ESPIRITUAL?


Creo yo que la enseñanza central de Mateo 6:16-18, tiene que ver con evitar las apariencias en nuestra vida espiritual. No debemos ser hipócritas. Jesús dijo en Mateo 6:16, “no pongáis cara triste, como los hipócritas; porque ellos desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que están ayunando” (LBLA).  ¿Escuchó con atención? El problema no es el ayuno, como tampoco ninguna expresión de devoción, sino el ser hipócritas, el aparentar espiritualidad, el aparentar amor, el aparentar santidad, el aparentar adoración, el aparentar gozo, y no tener nada de ello. Con tal proceder podemos engañar a los hombres, pero no podemos engañar a Dios.


En nuestro contexto el problema no es el ayuno, pero sí el amor a Dios. Por ejemplo, Juan escribió en su primera epístola, “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20).


En nuestro contexto el problema no es el ayuno, sino el servir a Dios. Por ejemplo, el día del juicio el Señor dirá, “tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.” (Mateo 25:35-36), ¿y cuándo hicimos eso por el Señor? ¿Cuándo lo hace usted? Cuando lo hace a uno de los hermanos. ¿Y  qué sucede cuando no lo hace? El Señor dice, “De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (v. 45).


Es fácil llenar nuestra boca de palabras en las que decimos que amamos a Dios, y es fácil decir que servimos a Dios; así como es fácil poner cara triste, y desfigurar el rostro para que los hombres crean que somos muy piadosos, pero otra cosa es amar y servir verdaderamente al Señor. Mis hermanos, no es correcto disfrazarse de cristiano. No es correcto disfrazarse de piadoso. No es correcto disfrazarse de humildad. No es correcto disfrazarse de santo. No es correcto disfrazarse de bondad. No es correcto disfrazarse de oveja. Hay que ser ovejas, hay que ser siervos, hay que ser piadosos, hay que ser humildes, hay que ser santos, hay que ser bondadosos, hay que hacer la voluntad de Dios.


HAGAMOS LA VOLUNTAD DE DIOS, VALORÁNDOLA SOBRE TODAS LAS COSAS (Mateo 6:19-21).


¿Confía usted en la voluntad de Dios? Este es otro punto en el que muchos cristianos fallan. La voluntad de Dios es, “No os hagáis tesoros en la tierra… sino haceos tesoros en el cielo” (Mateo 6:19-20). Es lamentable ver a muchos cristianos envueltos en problemas, llenos de preocupaciones, tensiones y presiones. Otros muchos en lugar de confiar en Dios, confían en el dinero. Es como si tuviesen dos dioses, o dos señores, y siempre el que es dejado de lado, es el Dios verdadero.


En las palabras del Señor encontramos un mandamiento doble. La primera parte del mandamiento es negativa, y la segunda parte es positiva. En el verso 19, tenemos el mandamiento negativo, “No os hagáis tesoros en la tierra”. Desde luego, este mandamiento no tiene que ver exclusivamente con el dinero, sino con todo lo que tenga que ver con nuestras posesiones. La palabra “tesoros” es un término muy amplio. Y de hecho, el problema no está en los tesoros, sino en nuestra relación con ellos. No importa tanto lo que el hombre pueda tener, sino su actitud hacia lo que tiene. En sí mismo, reitero, no hay nada de malo en tener riquezas o posesiones, el problema es la relación que tengamos con ellas.


El problema de fondo es la ambición y el amor que tenemos por las cosas que pertenecen a este mundo. Este problema no solo es de los ricos, sino también de los pobres. Para algunos, su tesoro será su dinero, para otros su casa, para otros su posición social, para otros sus diversiones, para otros sus amigos, para otros el trabajo; en fin, todo aquello en lo que, con pasión, invertimos nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestra vida. ¿Tiene usted tesoros en la tierra? Si los tiene, usted no está haciendo la voluntad de Dios. Como dije, una cosa es tener posesiones, o riquezas, pero otra cosa es que lleguen a ser nuestro tesoro, es decir, que lleguen a ser lo más importante para nosotros, al punto incluso de perder nuestra comunión con Dios por ello.


La segunda parte del mandamiento la encontramos en el verso 20, el cual, y de manera positiva, dice, “haceos tesoros en el cielo”. Este imperativo positivo nos muestra que sí debemos hacer tesoros, pero en el lugar correcto, es decir, en el cielo. ¿Cómo? Pablo dijo, “Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna.” (1 Timoteo 6:18-19). La manera de hacernos tesoros en el cielo, es haciendo el bien, haciendo buenas obras, siendo dadivosos, generosos con nuestro hermanos y aún con los que no lo son.


Si usted insiste en hacer tesoros en la tierra, entonces habrá hecho la peor inversión de su vida. Los tesoros en la tierra son temporales e inciertos. Jesús dijo de ellos que, “la polilla y el orín [los] corrompen, y donde ladrones minan y hurtan” (Mateo 6:19). ¿De qué sirve invertir en algo que se corromperá? ¿De qué sirve invertir su vida y su alma en algo que es inseguro? Todo aquello que podemos retener en esta tierra está sujeto a un proceso de descomposición, es efímero, pasajero y transitorio. Cuando se trata de la ropa, la polilla se encarga de destruirla si no tomamos medidas oportunas y aún con eso siempre nos llevamos sorpresas. El orín es el óxido que se forma en la superficie del hierro en contacto con el aire y el agua, iniciándose su destrucción aunque sea un metal resistente. Así que, tengamos sentido común, y dejemos de hacer tesoros en la tierra. No es conveniente, no es correcto; pues al final, no solo perderemos tales tesoros, sino también el cielo mismo.


Otra razón por la que no debemos hacernos tesoros en la tierra, es porque todo aquello que es de mucho valor, tiene control sobre nuestras vidas. El Señor dijo, “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21). Jesús usa el estilo del sabio hebreo mediante la mención de un proverbio para aclarar, subrayar y aplicar los principios anteriores. El corazón es el centro de la personalidad humana regida por la mente. Todas aquellas cosas en que pensamos constantemente se convierten en una obsesión a la que nos entregamos de manera que nos dominará por completo ejerciendo el control  de todo nuestro ser. ¿Podremos hacer la voluntad de Dios, si lo más valioso para nosotros está en la tierra?


¿POR QUÉ DEBEMOS VALORAR LA VOLUNTAD DE DIOS MÁS QUE TODAS LAS COSAS? 


Porque cuando valoramos más las cosas de este mundo, entonces nunca podremos hacer la voluntad de Dios. Estaremos viviendo una doble moral, es decir, nuestra vida en Cristo será vista de manera incorrecta. Vea lo que dice Mateo 6:22-23: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?”


Cuando nuestro corazón está puesto en las cosas de este mundo, entonces tendremos una visión equivocada de la voluntad de Dios.  Cristo dice que hay quienes tienen “ojo bueno”, mientras que otros tienen “ojo… maligno”.  Entendamos esto, cuando nuestra manera de pensar está basada en los tesoros terrenales, entonces nuestro juicio está dividido, nuestra percepción no es adecuada, nuestra visión no es buena. Cuando esto sucede, nuestros razonamientos son incorrectos, humanos, impuros, y no se conforman a la voluntad de Dios.


Por ejemplo, si alguien entra a nuestra casa sin nuestro permiso, y se lleva nuestras cosas de valor, exigimos justicia y un castigo para ese ladrón. Y así lo llamamos, es un ladrón. Lo que hizo es un robo. Nos indignamos, y decimos, “ya no hay temor de Dios en el mundo”.  Sin embargo, cuando nosotros estamos haciendo mal, entonces nuestra manera de pensar cambia, nuestra visión es diferente, y hasta damos una explicación “adecuada” para justificar nuestros actos. Si no pagamos la luz, o si no pagamos impuestos, o si no pagamos el agua, no faltará la idea que dice, “ladrón que roba ladrón (en este caso las dependencias de gobierno), tiene cien años de perdón”. ¿Y de qué texto bíblico sacamos esas palabras? En el fondo hay una razón para actuar con doblez y es nuestro amor por los tesoros terrenales. Nuestros puntos de vista o visión de las cosas afectan nuestra perspectiva ética.


Los tesoros terrenales también afectan nuestra voluntad (Mateo 6:24). Cristo dijo, “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Cuando las cosas de la tierra se apoderan del corazón y de la mente inciden directamente en la voluntad, porque ninguno puede servir a dos señores. Amará a uno y menospreciará al otro, uno tendrá más valor que el otro. Esto afecta nuestra voluntad de servir a Dios, y terminamos sirviendo a un ídolo.


CONCLUSIÓN


¿A quién servimos, entonces? ¿Cómo miramos las cosas del mundo? ¿Con el ojo sano o con el maligno? No hay nada que ofenda tanto a Dios como tomar su nombre y estar mostrando claramente que servimos al mundo en lugar de servirle a él. Pensemos que estas cosas tienden a interponerse entre nosotros y Dios, y nuestra actitud hacia ellas, en último término, determina nuestra relación con el Señor. Por el hecho de creer en él y llamarle Señor no prueba que reconocemos su señorío y voluntad. ¿Estamos haciendo la voluntad de Dios? Hagamos la voluntad de Dios sin hipocresía. Hagamos la voluntad de Dios, valorándola sobre todas las cosas.


Lorenzo Luévano Salas.

Siervo de Cristo.

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