Hagamos la voluntad de Dios (# 4)

 “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”

(Mateo 7:21)


Introducción.


En todas las enseñanzas que hasta el momento hemos presentado, todas ellas hablan acerca de nuestra forma de vivir delante de los hombres. Hablan de nuestra rectitud, de nuestra justicia en beneficio de nuestra vida y de nuestro prójimo. Hemos abordado cuestiones prácticas que son evidentes. Que los hombres que nos rodean pueden ver y pueden imitar.


Hoy estaremos hablando de hacer la voluntad de Dios delante de su presencia. Estaremos hablando de nuestra vida religiosa, de nuestra vida espiritual. De esa vida que es rendida y ofrecida a Dios.  Son principios que en la práctica no son vistos por los hombres, pero que sí son vistos y considerados por Dios.  En esto también debemos hacer la voluntad de Dios.


Así pues, desde los versos 1 al 18 se aborda aquello que tiene que ver con nuestra relación o comunión con Dios. De los versos 19 al 34, estaremos tratando con la voluntad de Dios en relación con la vida en general, o sea, con aquellos asuntos  a los que atendemos cada día, tales como el dinero, la riqueza, el comer y beber, el vestir y la vivienda, lo que la Biblia llama “los afanes de este mundo. Hoy estaremos considerando la voluntad de Dios y nuestra vida espiritual.


HAGAMOS LA VOLUNTAD DE DIOS 

CON LA INTENCIÓN CORRECTA


¿Para qué hacemos la voluntad de Dios? Jesús dice, “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.”. (Mateo 6:1).  Mis hermanos, nuestra vida espiritual debe ser EQUILIBRADA.  ¿En qué sentido? En que, el cristiano, ha de vivir de tal forma que cuando los hombres lo miren y vean qué clase de vida lleva, glorifiquen a Dios. Pero al mismo tiempo debe recordar que no está haciendo estas obras para atraer la atención sobre sí mismo.  Cuando usted como cristiano, o como predicador, o como anciano, o como diácono, hace la voluntad de Dios, y busca ser “alabado por los hombres” (Mateo 6:2), entonces su intención al hacer la voluntad de Dios se ha corrompido.


La trompeta debe sonar en la dirección correcta, y debe ser para que el nombre de Dios sea glorificado.  Pero cuando “hacemos tocar trompeta DELANTE DE” nosotros, entonces estamos buscando usurpar la gloria que le pertenece a Dios. 


Los hombres están maravillados con nuestras obras. Están bien fascinados por lo que hacemos. Creen que todo lo que hacemos lo hacemos para la gloria de Dios, y no es así. Creen que todos los sacrificios que llevamos a cabo por la obra de Dios, lo hacemos para que el Señor sea alabado, y no es así. Parece que buscamos la gloria de Dios, pero buscamos ser alabados nosotros.  Así hacen los “hipócritas”.  ¡Qué buena actuación! Qué piadoso se ve el hermano que presume sus logros y hace todo lo posible por que el mundo reconozca el valor y el potencial que tiene en la iglesia. Pero no es piadoso, es un hipócrita.


Recuerde, la vida espiritual debe ser equilibrada. No estoy diciendo que hagamos todo de manera anónima, o en secreto.  Pedro no estaba escondido cuando predicó a aquella gran multitud en Pentecostés.  En Hechos 26, cuando Pablo se defendió ante el rey Agripa, y ante un gran auditorio, habló acerca de la visión que tuvo cuando Cristo le apareció y le habló en el camino a Damasco.  Narró con detalle sobre su obra de predicación en Damasco, Jerusalén y por toda la tierra de Judea. Las palabras de Pablo estaban llenas “de verdad y de cordura”, y nada de lo que había dicho y hablado “se había hecho en un rincón”.   ¿Quién se atrevería a decir que Pablo estaba buscando ser alabado por los hombres al presentar esa defensa? Todo cristiano debe mantener una vida espiritual equilibrada, haciendo todo para la honra y la gloria de Dios.


¿Cómo debemos hacer la voluntad de Dios? Debemos hacerlo de tal manera que no represente el promovernos a nosotros mismos. Incluso, dice Jesús, que “no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha” (Mateo 6:3). No debemos hacer la voluntad de Dios de tal manera que nosotros mismos nos alabemos: “Qué bueno soy”, o “qué sería de esta iglesia sin mí”, o “qué grande soy”. Si hacemos la voluntad de Dios, no es porque seamos buenos, ni porque seamos capaces, sino por la voluntad de Dios: “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). Si hacemos el bien, es porque Dios lo produce en nosotros. Si hacemos grandes obras en la fe, es porque Dios nos ha capacitado para hacerlo. Que el nombre de Dios sea glorificado por nuestras obras. La gloria sea para él, la gloria sea para él.


Cuando hacemos la voluntad de Dios con la intención correcta, entonces somos recompensados por Dios. Y esto quiero enfatizarlos muy bien. Seremos recompensados por Dios, punto. Algunos manuscritos omiten la frase “en público”. Y yo no tengo problema con eso, ¿sabe por qué? Porque lo verdaderamente importante no es que la recompensa divina sea pública, sino que es superior en relación con la aprobación humana. Lo que sí es verdad, es que nada de lo que hayamos hecho quedará en el olvido, ya que nuestras acciones, por mínimas que sean, el Señor las recordará (Mt. 25:31-30).


HAGAMOS LA VOLUNTAD DE DIOS 

CON PIEDAD (Mateo 6:5-15)


La palabra “piedad” significa “amor a Dios”.  El hombre piadoso es aquel que ama a Dios. De ahí que todo lo que hace, lo hace para agradarlo a él, para deleitarlo a él, para glorificarlo a él. 


En este contexto, tenemos otro ejemplo de algo que está en consideración solamente por Dios.  Los hombres no pueden juzgar sobre esto, sino solamente Dios, y si solamente Dios puede juzgarlo, entonces haremos bien en prestar atención a esta amonestación.


El encabezado dice “Jesús y la oración”, y una lectura sencilla también nos lleva a pensar que el caso trata con la oración, y de que debemos orar en secreto. Bien, es una buena enseñanza pero, creo que el texto bíblico trata con la cuestión del “orgullo espiritual”.  Este pecado es tan sutil, que puede estar en nosotros, aun cuando pretendemos estar en la presencia de Dios. Esto es terrible. De hecho, en lugar de estar en la presencia de Dios para adorarle, con el orgullo espiritual estamos más bien delante de nuestra presencia para alabarnos a nosotros mismos.  Esta enseñanza es ilustrada con la oración de los hipócritas.  ¿Cuál es la oración de los hipócritas? Jesús dice que “ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres” (Mateo 6:5). Aman el orar. ¡Qué tremendo! Y aman el orar de pie en lugares públicos, “para ser vistos de los hombres”. El problema no es amar el orar. El problema no es orar de pie. El problema no es orar en lugares públicos. El problema es el propósito por el cual se hacen tales cosas: “para ser vistos por los hombres”. ¿A quién están buscando alabar? ¿A quién están buscando adorar? ¿En la presencia de quién quieren estar? No en la presencia de Dios. No están buscando a Dios. No están adorando, ni alabando a Dios. Están buscándose a sí mismos, porque quieren ser vistos ellos mismos. Quieren ser alabados ellos mismos. Quieren ser adorados ellos mismos. ¡Cuánta arrogancia y cuanto orgullo perverso hay aquí!


En Mateo 6:7, Jesús dice, “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos”. Jesús cambia de personajes. Primero habló de los que oran de pie en las sinagogas y en las calles, es decir, de los judíos; y ahora habla de “los gentiles”. El gentil creía que la eficacia de la oración dependía de lo mucho que oraba y de la forma particular de sus oraciones. Todos sabemos lo que quiere decir “vanas repeticiones”. Son conocidas las ruedas de oración de las religiones orientales como el budismo, el hinduismo y derivadas.  La misma tendencia se  observa también en el catolicismo con el rezo del rosario. De manera parecida los musulmanes recitan cinco veces al día una serie de oraciones de cara a la Meca. Todo esto puede ocurrirnos igualmente a nosotros de una forma más imperceptible.  Por ejemplo, hay hermanos que dan gran importancia a dedicar un tiempo determinado a la oración, creyendo que por dar ese tiempo y horario la oración será más eficaz que otra.  No es que no sea bueno reservar tiempo para orar, pero si lo que nos preocupa es ante todo orar durante ese tiempo determinado y no el hecho de orar, valdría más que no lo hiciéramos. Fácilmente podemos caer en la rutina y olvidarnos de lo que estamos haciendo. Vamos a hacer una “cadena de oración a las cuatro de la mañana”, o a las “tres de la mañana”, o una cadena de oración en la que toda la iglesia estemos tomados de las manos, y cada uno irá a la presencia de Dios.  ¡Cuánto orgullo hermanos!  El orgullo es el exceso de estimación hacia uno mismo, y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás.


¿Nota usted que el problema aquí es el orgullo? Este orgullo es falta de piedad. Cuando no oramos conforme a la voluntad de Dios, cuando no adoramos conforme a la voluntad de Dios, cuando no alabamos a Dios conforme a su voluntad, cuando no tratamos a nuestros hermanos conforme a la voluntad de Dios, cuando no perdonamos, cuando no hacemos la voluntad de Dios, es porque somos orgullos y estamos confiados en nuestra propia justicia y sabiduría.  Cuidado hermanos. Hay que hacer la voluntad de Dios, pero hay que hacerla con piedad, es decir, por amor a su nombre.


CONCLUSIÓN  


Entonces, tengamos en cuenta estas lecciones sobre la oración:


Las formas correctas  de dirigirnos a Dios (Mateo 6:6; Mateo 6:8). Hay un modo adecuado de orar, cuyo secreto radica en el enfoque que le demos. Lo que Jesús está diciendo en este pasaje es que lo verdaderamente importante al orar en cualquier lugar es que tengamos conciencia de estar en la presencia de Dios. Es lo que se ha llamado el recogimiento interior que puede estar facilitado por un lugar tranquilo sin que nos estorbe nadie, pero también lo podemos lograr en plena calle, sin que nadie se dé cuenta. Se trata de un proceso estos pasos:


Excluir ciertas cosas. Hay hermanos que quieren persuadirse a sí mismos de que las palabras “cuando ores entra en tu aposento” contienen una prohibición de todas las reuniones de oración. Son los que dicen: “no voy a la reunión de oración porque yo oro en mi casa”. Pero este texto no prohíbe la  reunión de oración, porque lo que hace la Biblia es fomentarla.


Lo que señala nuestro texto es que tanto en público como en privado al orar debemos excluir a los demás en el sentido de que cuando oro estoy en intimidad con Dios y me olvido de lo que hay en mi alrededor. Al orar nos dirigimos a Dios y aunque en público los hermanos escuchan nuestra oración, no nos estamos  dirigiendo a ellos, sino que somos en aquel momento los portavoces de ellos ante Dios y por eso al final dicen amén identificándose con lo que hemos dicho. 


Olvido es de nosotros mismos. De nada serviría entrar en el aposento y cerrar la puerta si todo el rato estoy lleno de mí mismo, pensando acerca de mí mismo y me enorgullezco de  mi oración. En lugar de esto debemos abrirnos a Dios y a al inefable experiencia de una comunión íntima con él.


Comprender ciertas cosas. Ante todo debemos  ser conscientes de que estamos en  la presencia de Dios y comprender quien es él. Por la actitud ligera que se adopta a veces parece que no tenemos una idea muy clara de la trascendencia de Dios. Al orar, deberíamos pensar primero que nos dirigimos al Dios Soberano, Todopoderoso, Absoluto, Eterno, que habita en la majestad de las alturas, que es fuego consumidor, que es luz y no hay tinieblas en él. Pero también, debemos entender que este Dios  es nuestro Padre y que mantenemos con él  una relación paterno-filial. Él lo sabe todo de nosotros y conoce nuestras necesidades antes que se las pidamos. 


Confiar plenamente en Dios. Debemos acudir a Dios con la confianza de un niño. Necesitamos tener esta seguridad de que dios es verdaderamente nuestro Padre y por eso no tendremos necesidad de repetir innecesariamente nuestras peticiones. Debemos orar sin cesar, pero eso no quiere decir repetir mecánicamente una oración mil veces. Cuando oro sé que mi Dios es mi Padre y él se complace en bendecirme porque lo sabe todo antes de que empecemos a hablar.


HAGAMOS LA VOLUNTAD DE DIOS. Para agradarle, para honrarle, para glorificarle. Hagamos su voluntad con la intención correcta y por amor, por amor a su nombre.


Lorenzo Luévano Salas.

Siervo de Cristo.

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