Hagamos la voluntad de Dios (#3)

 “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”

(Mateo 7:21)


Introducción.


¿Cuántos quieren entrar en el reino de los cielos? Bueno, es necesario hacer la voluntad de Dios (Mateo 7:21). No podemos hacer la voluntad de Dios siguiendo tradiciones o ideas humanas. En los días de nuestro Señor Jesucristo, vemos que los escribas y fariseos, estaban enseñando al pueblo tradiciones e interpretaciones equivocadas de la voluntad de Dios, esclavizando al pueblo y llevándolo lejos de Dios.  ¿Quiere usted hacer la voluntad de Dios?


HAGAMOS LA VOLUNTAD DE DIOS, 

DICIENDO SIEMPRE LA VERDAD (Mateo 5:33-37)


Cuando el hombre y la mujer prometen fidelidad, estar el uno para el otro en las buenas y en las malas, y vivir juntos hasta que la muerte los separe, eso debe ser verdad. No debe ser solamente un trámite, o una declaración sin fundamento.  Debe ser verdad. Pero desde que el pecado entró en el mundo, los hombres se han estado mintiendo unos a otros en todo momento. Esto mató la confianza entre los hombres, y la vida se ha vuelto sumamente caótica y llena de engaños de toda clase. Haciendo referencia a tiempos muy antiguos, Pablo dice que los hombres “cambiaron la verdad de Dios por la mentira” (Romanos 1:25). Fue por este cambio que la idolatría llegó a existir y a esparcirse por el mundo, siendo un mal que existe hasta el día de hoy. Fue por este cambio que el mundo quedó atestado de engaño. ¿Queremos entrar en el reino de los cielos? Entonces debemos siempre hablar la verdad.  Juan escribió, “Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira.” (Apocalipsis 22:15).


Este mal había llegado a ser tan grave, que incluso ya había juramentos que no eran importantes, que no tenían ningún valor. En Mateo 23:16, dice, “¡Ay de vosotros, guías ciegos! que decís: Si alguno jura por el templo, no es nada; pero si alguno jura por el oro del templo, es deudor”. En el verso 18, dice: “También decís: Si alguno jura por el altar, no es nada; pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre él, es deudor”. Entonces, ¿es usted un hombre de palabra? Si decimos que sí, entonces así debe ser, y si decimos que no, entonces así debe ser.  Es necesario que tengamos credibilidad. La voluntad de Dios es que como cristianos desechemos la mentira, y hablemos la verdad entre nosotros.


HAGAMOS LA VOLUNTAD DE DIOS, 

PROCURANDO LA PEFECCIÓN (Mateo 5:38-48)


La voluntad de Dios es que seamos perfectos. Y cuando pensamos que tal cosa es imposible, entonces el Señor se equivocó cuando dijo, “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48).  Desde luego, Jesús no se equivocó, y la única opción posible, es que, su voluntad es que seamos perfectos.  Esto es posible, y el texto nos explica cómo lograrlo.


Jesús habla acerca de la enseñanza vengativa que los líderes religiosos de sus días habían estado enseñando al pueblo, “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente” (Mateo 5:38). Y aunque es verdad que la ley decía vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe, y fractura por fractura (Éxodo 21:23-25; Levítico 24:19-20; Deuteronomio 19:21), los escribas y fariseos habían convertido todo el asunto en una cuestión de venganza personal. El propósito de la ley era la justicia, no el conflicto. Había jueces que aplicaban estas leyes de manera justa y correcta, pero en los días de Cristo todo se había reducido a la venganza personal, provocando un ambiente lleno de conflictos, de gente pendenciera, con litigios y querellas por todas partes. Ese no era el propósito de la ley. En el libro de Proverbios 24:28, por ejemplo, leemos: “No digas: Como me hizo, así le haré; daré el pago al hombre según su obra”. Esto estaba matando las buenas relaciones, no solo entre vecinos y amigos, sino también en el hogar mismo. Esto no es la voluntad de Dios.


¿Cuál es la voluntad de Dios? “a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mateo 5:39). La fuerza de esta declaración es contundente. ¿Quién te hiere? “cualquiera”, incluso si no se trata de una autoridad o de un superior. ¿Qué hace? Te “hiere”, te lastima, y te lastima no solo con dolor físico, sino emocional, pues no te hiere cualquier mejilla, sino “la mejilla derecha”. El insulto es muy grave, es para reaccionar en el momento exactamente de la misma manera, o aún peor. Sin embargo, esto no debe ser así. La voluntad de Dios es que controlemos nuestro impulso natural ante el agravio. Aunque esto parezca una reacción pasiva, la intención es aprovechar la oportunidad de mostrar valores cristianos en vez de seguir el plan del que golpea. No debemos devolver maldición por maldición, ni golpe por golpe, ni agravio por agravio, debemos perdonar, evitar resentimientos y conflictos mayores. ¿No es verdad que la violencia genera violencia? Bien, entonces nosotros debemos parar ese proceso. La voluntad de Dios es, “amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (v. 44).  ¿Le parece imposible? No es así. La palabra amor no tiene nada que ver con lo que sentimos, sino con lo que podemos hacer por quien es objeto de nuestro amor. La palabra ágape es una palabra que implica acciones en lugar de sentimientos. Una persona que ama con ágape puede tener o no tener sentimientos amorosos hacia el ser querido, pero se preocupará por su bienestar y hará lo posible para ayudarle. ¿Le parece imposible? No lo será si queremos ser hijos de Dios. No lo será si queremos ser como Dios. No lo será si queremos ser perfectos como Dios lo es.


Amar al que nos ama, o saludar al que nos saluda, es algo que todo mundo hace, pero amar a los enemigos, y orar por los que nos ultrajan, es algo que solamente hacen los hijos de Dios.


Amados hermanos, la voluntad de Dios es que seamos perfectos, “como” nuestro Padre, ¿y cómo es esta perfección? Esta perfección tiene que ver con el amor, el cual debe ser en beneficio de aquellos que no lo merecen, en pocas palabras, de todo el mundo.


CONCLUSIÓN


El dar es una muestra de misericordia, y la misericordia es una de las más notables cualidades de Dios.  Así debemos ser. Debemos imitar su misericordia, su amor, su perfección.


En lugar de venganza, demuestre misericordia.  Si consideras cada uno de estos ejemplos en los que Jesús nos pide que demostremos misericordia, los cita por una razón muy particular.  Observa que cada uno de estos ejemplos representa un área en la que Él te ha demostrado misericordia.  Cuando Jesús fue abofeteado en la mejilla, fue por nuestro pecado que lo sufrió.  Él demostró misericordia.  Fue golpeado por nuestras transgresiones.  ¿Perdonó Él cuando esto sucedió? ¡Claro que sí!  Él dijo, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.  Los hombres se quejaron contra Él; lo acusaron, lo demandaron y lo persiguieron hasta la muerte.  Y por nuestro perdón estuvo dispuesto a sufrir eso y cargar su cruz al lugar donde su sangre sería derramada.  Si él hizo eso por nosotros, ¿por qué no lo haremos nosotros por nuestros enemigos? ¿Por qué no lo haríamos nosotros por nuestro prójimo? ¿Por qué no lo haríamos por aquellos que nos ofenden? No, no tendremos que colgar de una cruz y morir literalmente. Solamente basta con resistir y perdonar. 


¿Quiere usted hacer la voluntad de Dios? Entonces tenga palabra, y hable siempre con la verdad.  Perdone, tenga misericordia aún de aquellos que usted cree que no la merecen. Seamos perfectos como nuestro Dios es perfecto. Hagamos la voluntad de Dios.


Lorenzo Luévano Salas.

Siervo de Cristo.

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