Hagamos la voluntad de Dios (# 2)

 “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”

(Mateo 7:21)


Introducción.


En la lección anterior, aprendimos que debemos hacer la voluntad de Dios, cultivando un carácter correcto (las bienaventuranzas), mostrando al mundo aquello que predicamos, siendo sal y siendo luz para ellos; y viviendo rectamente delante de Dios. Y es este último punto lo que nos sirve de introducción para la presente. Debemos vivir de manera recta. La justicia de Dios debe afectar nuestro entorno, nuestras relaciones sociales, familiares y espirituales. Debe afectar positivamente la relación que mantenemos con nuestro prójimo.


HAGAMOS LA VOLUNTAD DE DIOS, MANTENIENDO SANAS RELACIONES (Mateo 5:21-26)


La justicia que proponían los Escribas y fariseos era, “No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio” (Mateo 5:21).  Eso era todo.  Sin embargo, el mandamiento que en la ley dice, “no matarás”, no se limita al hecho de cometer homicidio.  De ser así, ¿Cuántos de nosotros hemos matado a alguien? Nadie de nosotros sería culpable de juicio, pues no hemos matado a nadie. Y cuando leemos así las palabras de la ley, pues, no es nada difíciles de cumplir, ¿verdad? No matar, bien, eso es sencillo. Sin embargo, la justicia de Dios no se limita al hecho de cometer homicidio, sino al hecho de cometer ese mismo pecado, aunque no derramemos ni una gota de sangre.


La justicia que es mayor, según Jesús: “Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mateo 5:22). He aquí el verdadero significado de matar.  Enojarse contra el hermano, según Cristo, es el verdadero homicidio. ¿Pueden entender eso? La justicia de los fariseos decía, “cualquiera que mate será culpable de juicio”, pero la justicia de Dios dice que “cualquiera que se enoje contra su hermano será culpable de juicio”. Ese es el verdadero significado de “matar”.


Como cristianos, albergar enemistad e ira en el corazón es, según el Señor Jesucristo, algo muy grave y con la misma culpa delante de Dios que asesinar a alguien. Lo mismo que menospreciar e insultar al hermano.  Si tenemos cristianos menospreciando, y a la vez diciendo “animal” a su hermano, entonces tenemos a cristianos que quedarán expuestos al infierno de fuego.


El enojo, el desprecio y el insulto perverso contra los hermanos, no es parte de la voluntad de Dios. Si usted vive enojado con alguien, despreciando y menospreciando su vida, incluso hasta llegar al grado de insultarlo como algo tan bajo como lo pudiera ser un burro, o como un “inútil”, entonces usted no está haciendo la voluntad de Dios.


En lugar de guardar rencor y tener enojo contra nuestro hermano, debemos buscar la reconciliación con él (Mateo 5:23-24).  No nos engañemos mis hermanos, el Señor nos amonesta diciendo que antes de adorarle, primero debemos buscar la reconciliación con nuestro hermano. Dios no aceptará nuestra adoración si evitamos la reconciliación. Dios no aceptará nada de nuestra parte si primero no hacemos el esfuerzo por arreglar ese problema con nuestro hermano. Así que, si te acuerdas que hay algún problema con algún hermano, entonces hoy mismo debes hacer el esfuerzo por lograr la reconciliación.


Las ofensas entre hermanos deben ser aclaradas, confesadas y perdonadas sin demora alguna, es decir, hay que ponernos de acuerdo con nuestro adversario (v. 25-26).  Este tipo de conflictos, cuando no son arreglados, tienden a crecer y a convertirse en problemas mucho más grandes. Tan grandes que nos pueden arrastrar al infierno, y quedar por la eternidad sin el perdón de Dios.


HAGAMOS LA VOLUNTAD DE DIOS, MANTENIENDO SANOS PANSAMIENTOS (Mateo 5:27-30)


Como en el punto anterior, el verso 27 nos muestra que los escribas y fariseos, pensaban que si no cometían el adulterio de forma física, ya con eso estaban cumpliendo con la voluntad de Dios perfectamente.  Sin embargo, Jesús les dice que no es así. Para hacer la voluntad de Dios debemos mantener el corazón limpio, debemos tener pensamientos puros. La ley no solo dice, “no cometerás adulterio”, sino también “no codiciarás la mujer de tu prójimo”.


La profundidad del pecado es el problema (Mateo 5:28). Jesús dijo, “cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”.  Jesús expone la fuente del pecado. La raíz, el lugar profundo en donde radica el problema que nos aleja de la voluntad de Dios.  En el capítulo 15, verso 19, dijo exactamente lo mismo, “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias”.  Ese es el lugar profundo en donde radica el pecado, y si queremos mantener una vida recta delante de Dios para hacer su voluntad, debemos llevar la Palabra de Dios hasta ese mismo lugar.  Debemos hacer nuestras las palabras del salmista cuando dijo, “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:11).


Lo horrible del pecado es el problema (Mateo 5:29). Es interesante notar que Jesús habla del “ojo derecho” y de la “mano derecha”.  En ese contexto se creía que los miembros derechos del cuerpo eran más valiosos que los miembros en el lado izquierdo. Incluso, cuando Jesús habla acerca del juicio final, dice que “pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda” (Mateo 25:33). La idea no es que nos mutilemos literalmente, sino que, aunque en la vida hay muchas cosas que son buenas y provechosas, si estas cosas nos hacen tropezar debemos rechazarlas. Si mis facultades y habilidades me conducen al pecado, entonces debo descartarlas. Mejor es perder las cosas que ahora valoramos que perderse enteramente en el infierno.


El efecto pervertidor del pecado (Mateo 5:30). En tercer lugar, debemos tomar en cuenta que el pecado todo lo contamina, al grado de hacer que los miembros del cuerpo lleguen a ser enemigos nuestros. “Si tu mano te es ocasión de caer, échala de ti”. La mano que estando libre del pecado tuvo una función de utilidad, ahora tiene que ser echada, expulsada de nuestro cuerpo. Como si fuese un enemigo para nosotros. Ese es el efecto del pecado. Todo lo destruye, todo lo deforma, todo lo corrompe, todo lo trastorna. El pecado es mortal, y no debe hallar cabida ni en nuestros pensamientos.


HAGAMOS LA VOLUNAD DE DIOS, MANTENIENDO SANOS MATRIMONIOS (Mateo 5:31-32)


Una de las primeras instituciones divinas que el hombre ha corrompido al máximo, es el matrimonio.  En los días de Cristo, se decía, “Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio.” (Mateo 5:31), ¿y por qué causa eran repudiadas las mujeres? La tendencia más popular, es que lo podían hacer prácticamente por “cualquier causa”. El rabino “Hilel”, mejor conocido como "Hilel el Sabio", quien fuera un eminente rabino y maestro judío; y el primer erudito que sistematizó la interpretación de la TORAH escrita, enseñaba que el hombre podía divorciarse de su esposa, “aún si ella le malogró un plato de comida”.  Por su parte, el rabino “Akiba”, quien es considerado como “el padre del judaísmo rabínico”, declaró que el hombre “Puede repudiar… a su esposa si ha encontrado a una mujer más bella que la suya”.  ¿No es esta la misma filosofía que vivimos aún en nuestro tiempo? Hoy en día las personas pueden divorciarse también “por cualquier causa”.  ¡Esa no es la voluntad de Dios!


Para mantener una vida recta delante de Dios, es necesario hacer su voluntad con respecto al matrimonio.  Jesús dijo que, “el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio” (v. 32). Al repudiarla por fornicación, usted no es culpable si ella se casa con otro hombre y viven así ambos en adulterio.  Pero si usted repudia a su cónyuge por cualquier causa, entonces usted es culpable del adulterio que él pueda cometer al casarse con otra persona. Por eso, ninguno debe “repudiarse” entre sí.


¿Cómo evitar la fornicación, y así, el repudio? Pablo escribió, “pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido” (1 Corintios 7:2-3). Hay un deber que el marido debe cumplir, y ese mismo deber es el que la mujer debe cumplir. ¡Ambos tienen el mismo deber! ¡Ambos deben cumplir con él! La voluntad de Dios es que no deben “negarse el uno al otro” (1 Corintios 7:5).


A veces los conflictos, los malos entendidos, y muchos otros factores hacen que los cónyuges no quieren cumplir con este deber conyugal. Incluso algunos han llegado al grado de no quererse más. Bueno, una cosa es amar con amor “eros”, y otra cosa es “amar” con amor “ágape”.  Si su matrimonio ha llegado al punto de no quererse más, de no amarse más como hombre y mujer, entonces deben amarse como hermanos en Cristo, y como hermanos en Cristo, siempre buscarán el bien del otro. Como hermanos en Cristo evitarán que el otro sufra y llegue al punto de la fornicación, evitarán ser tropiezo en ese sentido entre sí, porque, el amor “no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor” (1 Corintios 13).


Una cosa que no se puede negar, es que detrás del repudio o la separación hay otros problemas espirituales, y la “separación” es nada más el efecto de ellos. Ningún matrimonio decide cometer el pecado de “separarse” y vivir así por gusto, sino porque hay conflictos que son pecaminosos detrás de todo ello, conflictos tales como “maltrato”, “violencia”, “insultos”, “irresponsabilidad”, “falta de respeto”, “egoísmo”, “rencor” y “odio”. ¿No son pecados tales obras? La Biblia dice que las “...enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas...” son obras carnales, y que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gálatas 5:20). ¿No hay “enemistad” en la mujer o en el hombre que vive separado de su cónyuge? ¿No es pecado? También la Biblia dice, “...El odio despierta rencillas; Pero el amor cubrirá todas las faltas...” (Proverbios 10:12). La pareja que vive “separada” vive con odio, con rencillas, todo lo cual muestra falta de amor; sí, falta de amor para cubrir o perdonar “todas las faltas”, ¿no es pecado todo esto? El hombre o la mujer que se “separa” de su cónyuge, no practica el amor de Dios, pues el amor de Dios “no guarda rencor” (1 Corintios 13:5). ¡La separación que está teniendo muestra su rencor y falta de perdón por su cónyuge! ¿No es pecado? Nadie puede negar que detrás de la “separación”, y de vivir así, hay diversas obras pecaminosas, mismas que tienen que ser dejadas a través del arrepentimiento. Pero, ¿Cómo puede mostrar arrepentimiento de todo ello, aquel hombre o mujer que vive separado de su cónyuge? No puede.  Hay que hacer la voluntad de Dios manteniendo sanos matrimonios.


CONCLUSIÓN


La voluntad de Dios es que llevemos vidas rectas, vidas que reflejen la justicia de Dios en nuestras vidas:


1.      Manteniendo sanas relaciones.


2.      Manteniendo sanos pensamientos.


3.      Manteniendo sanos matrimonios.


¿Estamos usted haciendo la voluntad de Dios?


Lorenzo Luévano Salas.
Siervo de Cristo.

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