La verdad no teme la investigación.
Existe
un proverbio entre los santos que se ha usado a lo largo de los años para
mostrar nuestra sinceridad y confianza en lo que practicamos y predicamos: “La
verdad no teme la investigación, la verdad ama la luz”. La idea es que, si
alguien está realmente convencido de hacer y creer lo correcto, no tendrá
ningún temor de que alguien cuestione lo que hace o dice. Si alguien quiere
examinar a la luz de las Escrituras, aquello que hacemos o decimos, no tenemos
ningún problema. Si por esa “investigación” se demuestra que nuestra
predicación y / o práctica en la que perseveramos es verdadera, perfecto. Eso
es magnífico. ¡Es bueno que otros se enteren de la verdad que creemos y
vivimos! Sin embargo, si se demuestra que es falso, tampoco hay pérdida alguna,
pues tal descubrimiento no deja de ser excelente, dado que, de esa manera,
ahora todos podemos andar en la verdad y abandonar el error.
Desafortunadamente,
no todos están interesados en la verdad, ni están dispuestos a que se
investiguen sus creencias y prácticas. Algunos están contentos de continuar con
su error, y no están interesados en que nadie los desafíe. Si se les cuestiona,
juzgarán el caso como algo “malo”, como una falta de “respeto”, y estarán
listos para ignorar al que quiere investigar. ¡Eso es lamentable! ¡Qué triste
actitud!
Aquellos
que temen la investigación necesitan recordar lo que Pedro escribió: “estad
siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante
todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15).
A nuestro alrededor, siempre habrá personas sinceras que quieran saber acerca
de la razón de nuestra esperanza, de nuestra fe. Tendrán muchas preguntas qué
hacernos, y nosotros, dice Pedro, debemos estar dispuestos a responder a sus
demandas. Con una actitud mansa y reverente, debemos responder a todas aquellas
preguntas que tengan que ver con nuestra fe. Si nos dicen, ¿por qué razón
ustedes sumergen en el agua al bautizar a una persona? ¿Por qué toman la cena
del Señor cada domingo? ¿Por qué creen que es verdad, eso del cielo y el
infierno? ¿Qué debe hacer una persona para ser salva? ¿Estas seguro que el
hombre fue creado por Dios, y que no resultó de una evolución? Estas, y muchas
otras preguntas, son pertinentes, y debemos responderlas con toda franqueza, y
a la luz de las Escrituras. Incluso, si alguien nos pregunta, ¿por qué creemos
que la Biblia es la palabra de Dios? Siempre debemos estar dispuestos a
explicar lo necesario para que, si fuese posible, también lo que pregunten
lleguen a creer en Dios y su palabra.
Cuando
Pedro y Juan predicaron al pueblo, luego de haber sanado a un cojo de
nacimiento, el sumo sacerdote Anás, y Caifás y Juan y Alejandro, y todos los
que eran de la familia de los sumos sacerdotes, se juntaron con ellos y les
preguntaron, “¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?”
(Hechos 4:7). A partir de allí, y gracias a esa pregunta, Pedro les predicó el
evangelio, diciéndoles que, “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro
nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (v. 8-12).
Los líderes religiosos no obedecieron el evangelio, pero Pedro y Juan habían
cumplido con su misión de predicar el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15).
Cuando
Pablo estuvo en Atenas, luego de haber estado discutiendo con los judíos y
piadosos acerca de Jesús y la resurrección de los muertos, algunos filósofos de
los epicúreos y de los estoicos, luego de estar disputando con él, le trajeron
al Areópago, y le preguntaron, diciendo, “¿Podremos saber qué es esta nueva
enseñanza de que hablas? Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas.
Queremos, pues, saber qué quiere decir esto.” (Hechos 17:19-20). Gracias a esta
pregunta, Pablo les predicó acerca del Dios verdadero y su voluntad para con
todos los hombres. El apóstol les dijo que Dios “manda a todos los hombres en
todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el
cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a
todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:30, 31).
Como
vemos, aquellos que predicamos el evangelio, debemos estar dispuestos a que
nuestra fe sea investigada por cualquiera que tenga el deseo de saber las
razones de ella. Desde luego, no tenemos ninguna obligación de responder a las
preguntas que hagan aquellos que solamente se quieren burlar de la verdad, o
que no tengan un interés genuino en conocer del evangelio (p. ej. Juan 19:9).
Pero, ante todo aquel que tenga preguntas o dudas acerca de Cristo y su palabra,
debemos ayudarles en su legítima investigación.
Estimado
amigo, ¿tiene usted alguna pregunta acerca de la Biblia? ¿Desea saber lo que
dice la Biblia acerca de Cristo y su doctrina? ¿Desea saber acerca de su
iglesia? Quienes le entregamos este folleto, estamos dispuestos a contestar sus
preguntas. Será un placer para nosotros ayudarle en su investigación acerca de
Dios y su voluntad.
Lorenzo Luévano Salas
Folleto publicado por la iglesia de Cristo en San Rafael,
San Luis Potosí, S.L.P.
Febrero, 1999.
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