Usemos bien la Palabra de Dios.
Tengan mucho cuidado, pues algunos hermanos bien intencionados, al no poder demostrar ciertas doctrinas populares entre la hermandad, están adulterando la palabra de Dios. Por ejemplo, algunos de ellos toman indiscriminadamente textos del Nuevo Testamento que son dirigidos a "los individuos", y los aplican a "la iglesia". Sin temor y pena alguna, cambian el valor numérico de sustantivos y artículos, para poder justificar sus ideas como si fuesen bíblicas. Este error no es nuevo, pues aun en los días de Cristo y los apóstoles, hombres religiosos procedían de la misma manera para justificar sus creencias.
En Gálatas 3:16, por ejemplo, Pablo hizo
notar la importancia de respetar el adjetivo posesivo singular “su”, y no
cambiarlo por el artículo determinante femenino plural, “las”. Cuando los
judíos leían las Escrituras, tenían que considerar y respetar el “número”
singular del sustantivo “simiente”, y no cambiarlo por el plural “simientes”.
Pablo explicó, “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a SU
SIMIENTE. No dice: Y a LAS SIMIENTES, como si hablase de muchos, sino como de
uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.” Nótese la manera correcta de interpretar las
Escrituras, respetando el número y la función que desempeñan las palabras. Al
principio Pablo escribe “su simiente”, y al final “tu simiente”, lo cual dice
exactamente lo mismo, dado que respeta el número de la frase en consideración.
Hay coordinación numérica entre “su simiente” y “tu simiente”. Pero, no había
ninguna congruencia numérica entre “su simiente” y “las simientes”.
El error de los judíos es el mismo error de
muchos amados hermanos, quienes, con toda arbitrariedad, cambian lo que la
Palabra de Dios dice. Sin temor alguno, y a su antojo, modifican número y
género de palabras bíblicas, las cuales existen con el valor que tienen, porque
Dios así lo determinó.
Hablando sobre la revelación que los
apóstoles han recibido, Pablo dijo que ellos hablaban, “no con palabras
enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando
lo espiritual a lo espiritual” (1 Corintios 2:13). Las “palabras” que los
escritores del Nuevo Testamento han usado, deben respetarse tal cual, porque su
función, dentro de cada oración, ha sido determinada por el Espíritu Santo
mismo. Si Dios dijo “singular”, bien, singular será. Si Dios dijo “masculino”,
entonces no es femenino. Si él dijo, “la”, no es “los”, y si él dijo “y”,
entonces no es “o”. Cuando usted lee en la Biblia que dice “nos salva”, pero lo
cambia por “no salva”, ¡entonces ya adulteró la palabra de Dios!
Usted debe estar alerta, pues todos los que quieren hacer o decir algo que la Biblia no enseña, hacen siempre la misma cosa. Cambian las palabras, los tiempos, los géneros, los números y así, las ideas que la Biblia contiene. Por ejemplo, algunos citan Santiago 2:1, y a pesar de que la Biblia dice, “Hermanos”, ellos cambian la palabra y dicen, “la iglesia”. A pesar de que Santiago está hablando de “acepción de personas”, ellos siguen leyendo “iglesias”. A pesar de que el problema allí referido era “entre vosotros mismos” (v. 4), ellos siguen diciendo que todo el caso nada tiene que ver con individuos, sino con un sustantivo, singular, femenino, es decir, “iglesia”. Todo este disparate es producto del efecto que tiene el error sobre el corazón de muchos de nuestros amados hermanos.
Sigamos el ejemplo de Pablo, y respetemos lo que la Biblia dice, y cómo lo dice. Tengamos temor delante de Dios y con toda diligencia usemos con precisión su bendita palabra (cf. 2 Timoteo 2:15).
Lorenzo Luévano.
Evangelista.
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