EL HERMANO EXTRAVIADO (Lucas 15:25-32).
En mi país hay un servicio a la comunidad
que algunos medios de comunicación llevan a cabo, en el cual se informa sobre personas
perdidas. Ancianos, jóvenes y niños son anunciados con fotografía y datos personales,
solicitando la ayuda del público para localizarlos. Lucas capítulo 15 muestra
algo parecido. En este capítulo se habla de cosas y personas perdidas. En los
versos 1 al 7 leemos sobre la oveja perdida. En los versos 8 al 10 de la moneda
pedida. Y en los versos 11 al 32, del hijo perdido, el cual es comúnmente conocido
como el hijo pródigo. En cada historia se ilustra el interés de Dios por los
perdidos. Tenemos al pastor buscando a la oveja perdida, luego a la mujer
buscando la moneda, y al padre anhelando el regreso de su hijo perdido. Pero allí no termina la historia. El padre de
la tercera parábola, todavía va a buscar al segundo de sus hijos, el cual
también se ha extraviado. Mostrando que Dios se preocupa por cada individuo y
quiere que todos sean rescatados, encontrados, salvados.
Es común escuchar muy buenos
mensajes acerca de la oveja, la moneda y el hijo pródigo. Incluso sobre el amor
del padre. Pero, ¿ha considerado usted al hermano mayor de la tercera parábola?
Él es conocido como el hijo o el hermano mayor. No se nos presenta su
identidad, pero es evidente a quién representa. En el contexto de la historia
representa a los escribas y fariseos. En un contexto más amplio, al pueblo
judío. Y en un contexto actual, nos representa a nosotros, a quienes estamos en
casa. Él es la imagen de uno que está en la iglesia, que está involucrado y
comprometido con las cosas de Dios, pero que, tristemente, no tiene una
relación real con el padre. Aunque él está en la casa del padre, ¡sigue
perdido! Su corazón está en un país lejano, aunque su cuerpo está en casa.
Es importante entonces, que
enfoquemos la historia de este joven en dos direcciones. En primer lugar,
apuntamos hacia personas que están perdidas en el pecado y necesitan ser
salvos. Podrían ser personas religiosas, podrían ser personas que son miembros
de una iglesia, personas buenas y moralmente intachables, pero perdidas. Esta historia
es para ellas. En segundo lugar, apuntamos también a los salvos que tienen una
actitud semejante a la de este varón. Son personas inconformes con la manera en
que Dios recibe a los “pródigos” que regresan a casa. Ellos no están gozosos
por lo que Dios ha hecho en el corazón de aquellos, y sobre todo, porque no lo está
haciendo como ellos creen que debería ser hecho. Ellos se niegan a perdonar. Se
niegan a compartir. Se niegan a recibir a los tales.
EL HERMANO EXTRAVIADO
TIENE UNA BUENA POSICIÓN EN LA CASA DE SU PADRE.
Tiene una posición
privilegiada. En Lucas 15:25, es descrito
como “mayor”. En el texto
griego leemos la palabra “πρεσβυτερος” (presbúteros), es decir, “anciano”. Siendo
así, le correspondían dos partes de los bienes de su padre, por lo que, en
otras palabras, recibió dos veces más de lo que recibió su hermano menor (Deuteronomio
21:15-17). Entonces, y como su hermano menor ya recibió la parte que le tocaba
(Lucas 15:12), técnicamente todo le pertenece a este hombre. Cuando su padre
muera, no solo recibirá las posesiones de su padre, sino también ser convertirá
en el jefe de la familia. Bien podemos decir que mucho se le ha dado ya, y
mucho todavía recibirá. Es un hombre bendecido.
Tiene una posición productiva. La descripción del texto bíblico es sumamente
ilustrativa. El verso 25 de Lucas 15,
nos dice que “estaba en el campo”.
Lo cual es una referencia a sus
ocupaciones. Él estaba dedicado a los negocios de su padre. Mientras que su
hermano piensa en viajar y conocer el mundo, este joven se ha quedado en casa
para sostener el negocio familiar. Es un hombre trabajador, labrando no solo su
propia vida y futuro, sino también el de su padre mismo. En el hogar es muy querido
por su dedicación y responsabilidad. Su vida es exitosa, es sumamente productiva.
Tenga cuidado con las apariencias. Cuando miramos con detenimiento
la historia bíblica, se hace evidente que este hombre no sufre de ningún
problema personal, ni tampoco con su familia. Él mantiene una buena relación
con su padre, tiene una buena comunicación con él, ¡todo marcha a la
perfección! Sin embargo, tal narrativa, creo yo, es premeditada. Recuerde que
esta parte de la historia, es presentada así para que los escribas y fariseos
se identifiquen con ella. Estas personas también estaban en una posición
privilegiada. Después de todo, se les había dado el cuidado de la ley y las
diversas revelaciones acerca del Mesías. Lamentablemente, su piedad estaba caracterizada
por la apariencia (cfr. Mateo 23:27). Ellos se veían bien delante de los
hombres, pero había un gran problema en su corazón. Ellos, como este joven,
estaban extraviados en su corazón. Ellos estaban perdidos y desechos en su
pecado, ¡y el Señor lo sabía!
Lo mismo se puede decir de muchos
en las congregaciones. Son buenas personas, y mantienen una excelente pureza
moral. No faltan a las reuniones de la iglesia. No maldicen, no beben, no roban
ni hacen trampa. Han pasado al frente a confesar su fe en Cristo y han sido
sumergidos en agua para el perdón de sus pecados. En otras palabras, ante los
ojos de los hombres, todo está bien. Son tan buenos como cualquiera a su
alrededor. Pero al igual que Jesús puede mirar en el corazón de los escribas y
fariseos, y ver su condición perdida, así puede mirar en corazón de cada persona
en la congregación, y saber si están perdidos o no. El hombre puede engañar a
otros hombres, pero no puede engañar a Dios (cfr. 1 Samuel 16:7). Puede verse
bueno, moral y activo en la iglesia, y dar una muy buena ofrenda, ¡y aún estar
perdido! (cfr. Mateo 7:21-23). Muchos otros creen estar bien, no solo por la
buena apariencia ante los demás, sino por lo que “sienten en su corazón”. Pero,
aunque una persona sienta que no está perdida, aún así lo puede estar. Recuerde
que, “Engañoso
es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”
(Jeremías 17:9). El hombre puede ser engañado por su propio corazón. Solamente
Dios es libre de tal engaño. Y de hecho, él dice que, “Yo Jehová, que escudriño la
mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el
fruto de sus obras” (Jeremías 17:10). Con esta amonestación, no es mi
intención hacer que alguien dude de su salvación. Pero sí es necesario advertir
que, simplemente por estar en las cosas de Dios, no equivale a ser salvos. ¿Quién
creería que por dormir en una cochera se convertirá en automóvil? ¿Quién
creería que por subir a un árbol lo hará un pájaro? Por estar una cabra entre
las ovejas no hace que la tal se convierta en una, ¿verdad? Si la persona no
nace de nuevo, entonces no puede
entrar en el reino de Dios (Juan 3:3, 7). La salvación es por gracia, pero es
necesario tener fe (Efesios 2:8). Y aunque el bautismo es para perdón de pecados
(Hechos 2:38; 22:16), sin el arrepentimiento es imposible la conversión (Hechos
2:38; 3:19). Es necesario creer, pero creer “de todo corazón” que
Jesús es el Hijo de Dios (Hechos 8:37; Romanos 10:9, 10). ¿Es usted salvo,
entonces? ¿Se ha convertido usted a un básico sistema doctrinal? ¿A un grupo de
iglesias? ¿A un partido? ¡Necesita nacer de nuevo! Las apariencias engañan.
EL HERMANO EXTRAVIADO
Y SU PROBLEMA CON LA FIESTA.
Dice Lucas 15:25-30, “Y su
hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la
música y las danzas; 26y llamando a uno de los criados, le preguntó
qué era aquello. 27El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha
hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. 28Entonces
se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que
entrase. 29Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años
te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito
para gozarme con mis amigos. 30Pero cuando vino este tu hijo, que ha
consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo”.
Tenía un problema con sus motivos. Cuando este joven se entera sobre
la causa por la cual hay una celebración en casa, se enoja y se niega a entrar
a la fiesta. Su padre sale y le ruega amablemente que entre con los demás. La
respuesta del joven revela mucho sobre su corazón. En el verso 29, le recuerda
al padre su fiel servicio y se queja de que nunca se le ha hecho una fiesta por
todo lo que ha trabajado. Este reclamo revela dos cosas importantes. A este
hombre no le importaba que su hermano perdido hubiera vuelto a casa. A este
hombre no le importaba la paz y tranquilidad de su padre. A este hombre no le
importaba la gloria del padre. Quería la gloria para él por todo lo que había
hecho por su casa. A este hombre no le importaba su padre mismo, pues todo lo
que hizo, lo hizo para él.
Su postura era tal que, incluso,
se representó a sí mismo como un esclavo al servicio de su padre. Una de sus
palabras en el verso 29 es, “δουλευω” (douleuo); la cual, vierte sus palabras
como lo hace correctamente la Versión Moderna de H. B. Pratt, “tantos
años ha que te sirvo como un esclavo”.[1]
Tristemente, esta misma
mentalidad está en el corazón de muchos creyentes hoy en día. No pueden
regocijarse cuando los pecadores son rescatados, porque se sienten “amenazados”,
o incluso, tan puros y perfectos, que aquellos ni siquiera merecen la salvación.
Eso mismo pensó Jonás para con los habitantes de Nínive (Jonás 4). No pueden regocijarse
cuando la congregación crece, porque ven que se les acaba el poder, o la
atención que ahora es puesta sobre los nuevos conversos. No les importa la
voluntad de Dios. No les importa lo que Dios ha hecho por los pecados “de
todo el mundo” (1 Juan 2:2). Quieren los elogios para ellos mismos.
Quieren todos los abrazos para ellos solos. A veces hasta quieren la gloria “de
salvar” a alguien, pero, como el pecador “fue salvado” por otro hermano,
entonces están llenos de envía y molestos por no poder tomarse la foto y
recibir el pago de su trabajo. No les importa que la voluntad de Dios se haga
en la iglesia, sobre todo cuando va en contra de su agenda personal. Su
servicio en la iglesia no se trata de Dios, se trata de ellos. Por eso, es
importante preguntarse, ¿qué impulsa tu servicio en la iglesia? ¿Cuáles son tus
motivos para lo que haces? Pablo nos dice cuál es el motivo correcto: “Si,
pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”
(1 Corintios 10:31).
Tenía un problema con su
mentalidad. Cuando nos detenemos en las palabras de este joven para con su
padre, se hace patente su orgullo. Nos damos cuenta rápidamente que está
enojado y que es irrespetuoso, arrogante y defensivo. Obviamente, hay algo malo
en la forma en que está mirando lo que está sucediendo. Debería estar feliz porque
su hermano regresó a salvo de un país lejano. Debería estar contento de que el
padre haya recibido en casa de nuevo a su hijo perdido. Pero no puede. Todo lo que
puede hacer es lloriquear, hacer pucheros, malas caras, manotear y quejarse.
Ahora, vea sus palabras en el verso 30, “Pero cuando vino este tu hijo, que ha
consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo”.
¿Leyó con atención? ¿Quién le dijo a él que su hermano había gastado su dinero
con rameras? Ni siquiera ha hablado con él, ni con su padre al respecto, pero “ya
sabe” todo lo que ha pasado. ¿Sabe lo que pasa aquí? ¡Él está celoso! Aunque siempre
ha estado en casa de su padre, ¡su corazón está en un país lejano! Está tan
lejos de su padre como lo estaba el otro hijo cuando se fue. ¡Todo lo que él reclama,
es no haber vivido como su hermano! Pero, como no lo hizo, está enojado porque
su padre ha recibido a quien sí hizo lo que él solamente hace en su
corazón. Este fue el error de los
fariseos. Mantuvieron la letra de la ley sobre sí mismos para ser vistos por
los hombres, ¡pero la vida contraria a la ley estaba en sus corazones!
Mis hermanos, ¿cómo estará
nuestro corazón, para poder vivir lejos de la voluntad de Dios? No tienes que
vivir físicamente en adulterio para que tu corazón, espiritualmente esté en un
país lejano, sin Dios y sin esperanza en el mundo. Puede estar en la iglesia,
servir, cantar, dirigir himnos, predicar y cualquier otra cosa que quiera
nombrar, y aún estar fuera de la voluntad de Dios. Otros muchos pueden estar en
la congregación sentados y enojados, con su corazón duro porque las cosas no
funcionan como ellos quieren, o por tener algo contra otro hermano, llenos de
malicia y rencor, y así estar en ese país lejano. Puede verse también en la
congregación, con una Biblia más grande que la de cualquier otro, pero tener un
corazón lleno de lujuria, malos pensamientos, deseos diversos por el pecado, y
así su corazón lejos en un país lejano. ¿Entiende
el punto? Puede pretender ser lo que usted quiera, pero siempre será una mera
pretensión. Algo exterior, cuando lo que importa es el corazón (cfr. Mateo
15:18-19). Cuando nacemos de nuevo, entonces recibimos un corazón nuevo (Ezequiel
36:26), lo cual hace posible practicar una nueva vida. Y quienes han nacido de
nuevo, deben tener cuidado de mantener limpio ese corazón (cfr. 1 Juan 1:9).
Tenía un problema con sus
métodos. En medio de la discusión, él no tuvo cuidado de no faltar al
respeto de su padre, discutiendo con él en tales términos aún delante de sus criados.
Los invitados sin duda quedaron atónitos al ver tan desagradable espectáculo.
Ahora él también trajo tanta vergüenza a la casa de su padre como lo había
hecho su hijo menor. La ira tomó control de su mente y sus emociones. ¡Atacó! ¡Criticó!
¡Culpó sin pudor alguno! Esto nos permite ver que su corazón no está bien.
Porque las palabras y expresiones externas son un espejo de lo que hay en el
corazón. Pablo así lo explicó en Gálatas 5:19, cuando dijo, “Y
manifiestas son las obras de la carne”. Un corazón insano manifestará
obras igualmente enfermas. ¿Qué dicen sus obras sobre su corazón? Observe a las
personas que solo pueden atacar, criticar y culpar a todos menos a sí mismos.
Usan una vara muy corta para otros, pero no para ellos. Cuando usted toma una
medida y no la aplica a sí mismo, tenga cuidado. Hay graves problemas
espirituales en su corazón.
EL HERMANO EXTRAVIADO
RECIBIÓ UNA AMOROSA RESPUESTA.
Leamos los versos 31 y 32 de
Lucas 15, “El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas
son tuyas. 32Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque
este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”.
Poniendo de relieve su
relación. Es de llamar la atención la primera palabra que dice el Padre. Él
dice, “Hijo”. ¿Por qué es esto importante? Porque, si leyeron con
atención, su hijo mayor nunca se refiere a él como “Padre”. Si enojo era tanto que puso una división entre ellos. No
había más afinidad entre él y su padre. No obstante, ¿es el hecho tan grande,
como para perder dicha relación? El Padre quiere primero restablecer esa
relación, y le dice, “Hijo”. Esta palabra mostró el amor del padre, y el
espíritu correcto con el que el padre se dirige a su hijo.
Mis hermanos y amigos, cuando
estamos lejos de Dios, él nos sigue hablando con el mismo amor con que nos amó al
enviar al Salvador. Él no golpea con violencia nuestra puerta, sino con amor
llama para que le dejemos entrar. No cierre su corazón, escuche lo que él tiene
que decirle, y descubrirá cuántas bendiciones ha tenido, y aún puede tener con
él.
Indicando su atención por él. El padre le dijo, “tú
siempre estás conmigo”, lo cual indica que nada de lo que ha hecho este
joven ha pasado desapercibido. El padre elogia sus esfuerzos y su buena
conducta, mostrando que sí ha tomado en cuenta todo lo que hace. Cuando el
padre dice, “Hijo, tú siempre estás conmigo”, le está diciendo cuánto le valora.
Dios valora nuestra relación juntos, más que lo que valoramos nuestras propias
obras. Este joven pudo haber disfrutado del compañerismo con su padre en
cualquier momento que quisiera, pero, al parecer, estaba demasiado envuelto en
sus propios planes y proyectos, así como en su propio legalismo y en el afán
por cumplirlo. ¡No estaba disfrutando ni de su propia vida!
Recordando una promesa. El Padre también le dijo, “todas
mis cosas son tuyas”. No hay razón por qué pelear por algo. Ni por el
padre, ni por las posesiones. Este joven quería las cosas del padre, pero no al
padre; pero al mismo tiempo, ¡no quería que nadie más tuviera al padre! Es importante
recordar las promesas de Dios cuando, por el enojo, o por algún sentimiento
negativo en contra de nuestros hermanos, estamos en peligro de perder todas las
bendiciones de Dios, e incluso nuestras almas. Por eso, recordemos las promesas
de Dios, y gocemos de nuestra cercanía, de nuestra comunión con nuestro paciente
padre.
Estableciendo sanas prioridades. En el verso 32, el Padre le dice a su hijo que era “necesario” hacer esta
fiesta. El regreso de su hijo, para el padre, es motivo de celebración. Un hijo
perdido ha sido encontrado. Un hijo muerto ha vuelto a la vida. El amor y la fe
de un padre han sido reivindicados. El nombre de la familia ha sido restaurado.
Había muchos y grandes motivos para regocijarse. Y sobre todo, hay cosas que
son más importantes que otras. Hay que cosas en la vida que merecen prioridad.
La vida de su hermano es más importante que el recreo con sus amigos, ¡y aún
que todas las posesiones juntas!
¡Participe en la fiesta! Todos
están felices, menos usted. Menos usted que está molesto porque cosas menos
importantes no suceden como usted quiere. En el contexto, está feliz el pastor,
está feliz la mujer que encontró la moneda. Y en nuestro texto, están felices
los criados, el hijo menor está feliz, y está feliz también el padre. ¡Solo el hijo
mayor está enojado! En todo el capítulo hay solamente una persona enojada. Está
solo, está solo en su miseria y se niega a ser feliz. El banquete está allí,
todo lo que tiene que hacer es entrar y divertirse. Pero por tener en desorden
la lista de prioridades, prefiere estar fuera de casa, lejos de la fiesta,
lejos, lejos, lejos, ¡está extraviado! ¡Qué lástima! Pero, ¿qué hay de usted,
estimado lector?
CONCLUSIÓN.
La historia termina sin un final
para el hermano mayor. ¿Entró a la fiesta? No lo sabemos. Solo lo vemos
enojado, lejos y extraviado. Y creo, nuevamente, que quedó así por una razón: ¡Cada
individuo debe escribir su propio final para esta historia!
Si está extraviado, ¿se quedará
afuera o entrará? Si está dentro, pero las cosas no están como usted
quiere, ¿se quedará afuera enojado, o se involucrará en lo que el Señor está
haciendo? La elección es suya ahora, ¿qué hará? Si pretende no hacer
nada, no elegir nada, solamente se engaña. No hacer ninguna elección, es elegir
negativamente. Es decir, “no quiero”. Por eso, le ruego que no tome esa
postura. Si el Señor toca a su corazón, sea que le esté llamando para que
obedezca su evangelio, o sea que le esté amonestando con respecto a su caminar
en la fe, entonces ¡entre a casa!
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